Los Desarzonados es la séptima entrega de la serie Último Reino de Pascal Quignard, una obra profundamente filosófica y literaria que explora el desarraigo, el olvido y las huellas de la civilización en el alma humana. A través de una prosa poética y fragmentada, Quignard narra las historias de aquellos que se encuentran en los márgenes, desposeídos de sus raíces, entrelazando reflexiones sobre la memoria y la falta de sentido que marca la existencia.
En esta obra, Quignard lleva al lector a un mundo en el que la narrativa no sigue una línea cronológica, sino que se dispersa en fragmentos de recuerdos, reflexiones y encuentros. El título, Los Desarzonados, hace referencia a aquellos personajes que, al igual que la cultura misma, están desintegrados y fuera de lugar, viviendo una especie de exilio existencial. Cada uno de ellos se enfrenta a la disonancia entre lo que fueron y lo que son, atrapados en un limbo de desarraigo y olvido.
La novela profundiza en temas recurrentes en la obra de Quignard, como el vacío interior, la fragilidad de la identidad y la huella de la civilización en los individuos. Los personajes, despojados de sus certezas, se encuentran inmersos en una búsqueda silenciosa de lo que alguna vez fue familiar, pero ahora parece inalcanzable. La obra es un recorrido por la experiencia humana, marcada por el tiempo, la memoria y la pérdida.
Los Desarzonados ofrece una reflexión profunda sobre la incompletitud de la existencia humana y la lucha constante por encontrar un sentido en un mundo marcado por la dispersión, el olvido y el desarraigo. Con su característico estilo poético, Quignard invita al lector a adentrarse en una meditación sobre lo que significa ser humano, perdido entre las sombras de un pasado que nunca se puede recuperar del todo.
Contratapa:
“¿Qué quieren decir con tendencias morales de la especie humana? ¿El exterminio de la fauna? ¿La invención de la esclavitud? ¿La crucifixión? ¿La invención del trabajo? ¿La guerra? [...] Imagino el modo de vida de los hombres en la época paleolítica durante el invierno. La meta de los esfuerzos no era la vejez, no era la riqueza, no era ni siquiera el sueño de un eventual retorno a una quietud anterior a su nacimiento. Tampoco la venganza. No consistía siquiera en alcanzar el año siguiente. Trataban de llegar vivos a la noche. Y en sus sueños: tener la boca llena durante un gran festín, permanecer vivos hasta la siguiente primavera, sentir la tibieza del primer sol, volver a ver el crecimiento milagroso de las hojas y las bayas por recolectar, los animales por matar y abrir con pedazos de huesos rotos o lascas de piedra.”
Pascal Quignard