Traspasaré los círculos mezquinos de la magia,
los endebles espejismos del laberinto,
la fácil emoción de los crepúsculos
enroscándome como una serpiente al árbol del Paraíso.
En la convicción del bien,
la duda del mal
y con rígida blandura de corazón
echaré a volar los pacientes fantasmas del fatalismo,
el insoportable orgullo de la modestia,
la humilde aceptación de la soberbia,
besando a la locura en sus dos mejillas.
Y que un perfume de ruda y albahaca
dé después al viento
su sentencia definitiva,
la condena o el perdón,
la peligrosa moraleja de esta fábula inocente.