—¿Vamos a la librería?
—¿Para?
—Para comprar un libro, ¿para qué va a ser?
—Compralo por internet. Es más fácil.
—Es que no sé cuál quiero.
—¿Entonces para qué querés ir a la librería?
Esta hipotética conversación podría tener lugar entre personas que disten una o dos generaciones entre sí o entre congéneres con cierta distancia en sus “reinos de interés”.
No deja de ser interesante adentrarse en lo motivos del diferendo. Podríamos decir, inicialmente y desde el realismo pragmático, que la compra de un libro es la compra de un bien más, de los tantísimos que se nos ofrecen por doquier en las sociedades actuales. Y podríamos continuar, desde el romanticismo, explicando que no, que los libros no son como los otros bienes; son tesoros que resguardan el valor construido socialmente a través de los milenios de evolución de la humanidad.
Claro que todo lo anterior no dejaría de ser lo esperado y lo esperable, el lugar común que, de tan común, ya no se distingue del paisaje de fondo que vemos a través de las ventanas del subte al ir al trabajo todos los días.
Intentando diferenciarnos, podríamos indicar que la colisión de cosmovisiones se debe a una característica de la personalidad: uno de los dialoguistas incógnitos cree que sabe lo que quiere, el otro cree que no lo sabe. Uno quiere resolver el problema, el otro encontrarlo. Se encuentran ubicados en posiciones diferentes del tablero epistemológico: espera avanzar hacia la respuesta; el otro busca preguntas.
(No ignoramos la reiteración conceptual de las últimas dos oraciones; es, de hecho, adrede. La idea es reiterar nuestra posición para hacerla, subrepticiamente, más patente en la mente del ya no hipotético lector, sino del improbable lector de estas líneas).
Tenemos entonces, por un lado, a un individuo que quiere ir a conocer el mundo, ver qué opciones existen, otear el horizonte de la creación y, Fortuna mediante, descubrir nuevos mundos que explorar; y, por el otro, a un individuo que desea lanzar al océano de posibilidades una botella con un mensaje detallando aquello que anhela, impermeabilizada con un corcho, para así recibir en la comodidad de su isla solipsista el objeto de sus deseos.
Es claro, a esta altura, que el autor favorece una de estas perspectivas. No caerá en la absurda subestimación de indicar cuál de las perspectivas es la más insulsa y aburrida.
Sin embargo, nos permitimos la siguiente reflexión: lo ideal sería ir a las librerías a conocer el mundo, ver qué opciones existen y luego, lanzar la botella digital con sus deseos a www.hablamemoaria.com.ar.